Ayer el camino de vuelta fue
distinto.
Una mujer de apariencia
joven se adentró en el tren con un cochecito de bebé y con una niña de dos años
de la mano, fijó el carro en una de las esquinas del vagón, tomó el asiento vacío
de mi lado y colocó la niña sobre sus rodillas. A la niña se le
cayó la moneda de cincuenta céntimos con la que jugaba, me agaché a recogérsela
y cuando se la entregué, su madre le dijo:
- ¿Qué se dice? Y ella me dio
las gracias.
Volví a colocarme mis auriculares y a los treinta segundos la niña
me cogió del brazo y me repitió:
- Gracias
Yo la miré con gran admiración
y asombro. Me reí. Era muy cariñosa y simpática. Quiso seguir hablando
conmigo, le encantaban mis pulseras, especialmente mi goma de pelo que llevaba
una muñequita, eso la cautivaba.
Recuerdo muy bien el momento
en el que el tren se detuvo para ceder el paso a otro, recuerdo cada detalle de
aquellos segundos. La niña seguía jugando con los 50 céntimos. Cincuenta céntimos
que ya habían caído dos veces y que la madre intentaba impedir que volviesen a
caer. Al pararse el tren la niña miró por la ventana y con cara de confusión y fascinación
gritó:
- ¿Qué es eso? ¡Mira eso mama!
La madre, la señora que dos paradas
antes había ocupado el asiento de enfrente y yo nos dimos la vuelta para ver que
era aquello que tanto la desconcertaba. Detrás de aquel cristal sólo había una
pared blanca y la acera del interior de los túneles. Allí no había nada fuera
de lo normal que a mi me pudiese sorprender, sin embargo, sentí algo muy fuerte
al ver que la pared blanca a ella la había impresionado tanto y sonreí, sonreí
durante todo el trayecto porque de ese momento que parecía tan estúpido saqué
una conclusión:
No todos somos capaces de admirar
esos pequeños detalles y detrás de esa ventana se escondía algo llamado valor. Aquella
pared para ella era algo increíble, algo que no sabía que podía encontrar allí,
algo que desconocía y que ahora admiraba.
'Al mirar detrás de aquel cristal, al mirar por la ventana no todas las personas vimos lo mismo'
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